lunes, 28 de octubre de 2013

Diario de una mosca común- 4ª parte : ¡EL DESENLACE!

Día 11º Amaneciendo:
Aún no lo he pensado, pero voy a divertirme un poco más mientras pruebo esa masa color rojiza que el sujeto se está untando en una tostada…

Mis pegajosas patas han decidido por mí. De momento me quedo un rato más inevitablemente adherida a la tostada.
Mi trompeta degustativa da su aprobación a la masa roja ¡Pringosamente dulce y sabrosa!


Avance en conocimientos humanos: el sujeto tiene sus capacidades de reacción y sus sentidos enormemente menguados a estas horas. Se convierte en blanco fácil a mis devaneos volátiles.
Observaciones varias: por la mañana las ventanas de la casa permanecen largo tiempo abiertas. Es mi oportunidad. Pero aún me quedaré un poco más… los humanos de la ciudad son más divertidos que una manada entera de vacas abonando el terreno. Además, mi vida ya no sería lo mismo sin la cerveza o la mermelada.

Día 11º horas después:
Ha habido verdaderas tortas por un pedazo de tostada. El resto de congéneres no se atreven a chupar en presencia humana, así que esperan con ansiedad las sobras en el cubo de basura. Desistí en cuanto ví tan agresiva competitividad.

Día 11º cuando más calienta el sol:
Huele bien. Y cuando digo que huele bien es que huele muy mal. Es decir que… Eh, un momento… ¿porqué vuelan todas esas moscas (y mosquitos) hacia la ventana abierta? ¿de repente han decidido huir y formar una nueva colonia en el piso vecino? ¿acaso han puesto barra libre de mermeladas en la tienda de abajo? ¿cómo sé que hay una tienda abajo? Huele malísimamente mal… huele a… me está entrando sueño… no es normal… pero tengo mucho sueño… es veneno… nos quieren matar…. El humano toma represalias… el robo de mermelada hirió su orgullo humano… debo llegar a la ventana abierta… debo… llegar…

Día 11º Tras el cristal CERRADO de la ventana.
Día 11º Tras el cristal INFRANQUEABLE de la ventana.

Día 11º El humano se acerca al cristal cerrado e infranqueable y muerde una tostada con mermelada negra mientras nos mira burlonamente.

Día 11º Descubro que no me dio tiempo a descubrir el sabor del chocolate.


Día 11º A cualquier hora:
Debo conseguir entrar. No moriré sin probar esa mermelada negra.

Día 11º A cualquier calurosísima hora del día:
Hace mucho calor.

Día 11º … del día…
Quién sabe qué hora es. Quién sabe quién soy. Quién sabe qué hago aquí. Sabe quién aquí hago.

Algún día después de los anteriores:
¿Alguien ha visto una mosca fantasma? Si no es viva será muerta, pero yo pruebo el chocolate como que me llamo Moski, así tenga que volver cien veces más del más allá.
Cien más del más allá son diez mil. Bueno, tal vez eso son demasiadas veces. Pero llamarme Moski sí me llamo. Me lo han puesto mientras volvía.

Día 1º de mi fantasmal existencia:
Je je… puedo atravesar los cristales cerrados e infranqueables. ¡El tarro de chocolate ya es míoooooooooooooo!



Enlaces a las 3 partes anteriores:

domingo, 27 de octubre de 2013

Diario de una mosca común - 3ª parte

El mundo da vueltas a mi alrededor. La flojera se ha adueñado de mis alas. Mis patas apenas responden tampoco. Sin poder moverme, hago lo que cualquier mosca en mi lugar haría: me quedo quieta.
A mi lado, otro recipiente me indica que el consumo de alcohol en menores está prohibido. Yo soy menor. Cuanto menos, pequeña. Debo haber cometido un delito. Aunque la cerveza me supo estupenda. Mañana beberé menos. Será suficiente con no caer dentro del recipiente.
Pegada al cristal, mis ojos ven por fin la luna. Ciertamente las horas en esta casa van a  ritmo distinto que en el campo. No han pasado días. Hoy aún es hoy. Volvemos pues al…
Día 9º:
Anochece ahí fuera pero aquí continúa habiendo luz. Demasiada luz. Debo dar un nuevo rumbo a mi vida o moriré por insomnio obligado. Nadie sabe lo difícil que es dormir con luz cuando tus ojos no tienen párpados.
Día 10º Hora primera:
Tengo un plan.
Día 10º Hora segunda:
Tenía un plan, pero no estoy segura.
Día 10º Hora tercera:
Definitivamente solo tengo un plan y ante la falta de nuevas proposiciones, voy a llevarlo a cabo. Mientras me aferro a los pelos de Dog escondiéndome del inquilino de esta casa, decido dejarme de esconder de los humanos y pasar a la acción. Si me hago pesada… lo mismo abren una ventana y me devuelven mi libertad.
Día 10º Hora cuarta:
Al inquilino no le gusta encontrarse una mosca en su desayuno.
Día 10º Hora cuarta, tras recobrar el conocimiento:
El inquilino tiene poca rapidez pero mucha habilidad con el trapo. Me ha dado tal empujón que a poco me espachurra contra el cristal. Sencillamente imperdonable. Me reafirmo en mi postura: a partir de este momento, paso a la acción.
Día 10º Algo después:
Jeje… me voy a hacer insoportable...
Día 10º Algo después que antes:
El inquilino tiene cosquillas en la nariz ¡Ya tengo pista de aterrizaje!

Día 10º Hora quinta:
Empiezo a tocarle las narices. Sus resoplidos indican nerviosismo a mi favor.
Día 10º Algunas horas después:
Los ojos son un punto de la fisonomía humana muy sensible. El medidor de nerviosismo se eleva hasta tal punto que el individuo se levanta enérgicamente de su sofá, abandonando incluso su reposo.
Esquivar los manotazos lanzados indiscriminadamente al aire se convierte en un buen sustituto de las colas de vaca. Podría decirse que es un deporte olímpico en el mundo de las moscas. Creo que debería dedicarme a esto de forma prolongada. Tiene su yo que sé que qué se yo…
Día 10º, algunos vuelos después:
Me estoy replanteando escapar. De momento, necesito un descanso.
Día 10º hacia el final del día:
Hoy ha sido un día muy intenso. Necesito algo maloliente para poder pensar con claridad.

Día 10º al anochecer:
Tengo sueño. Mañana me lo pienso.




Recordad que ésto es la 3ª parte del relato. Si queréis leer alguna de las dos anteriores, pinchad sobre los enlaces que aquí os dejo:

jueves, 24 de octubre de 2013

Diario de una mosca común - 2ª parte

...Otro día más:
Hoy he hecho un gran descubrimiento. Posándome en el lomo de Dog soy capaz de atravesar las puertas antes de que se cierren.
Agarrada a su pelaje he llegado a un habitáculo totalmente diferente de la casa. Huele a comida me pose donde me pose. Definitivamente me quedaré una temporada en esta habitación.
Al día siguiente de otro día más:
Al borde de la congelación. Mañana os lo cuento.
Mañana (que ya es hoy):
Ayer quedé de nuevo atrapada. Una puerta se abrió y mi curiosidad tiró de mí hacia dentro (¡maldita!). Los alimentos parecían bailar frente a mis ojos. Mi trompeta degustativa hizo caso omiso de la baja temperatura y se lanzó directa a paladear media sandía que lucía jugosa.
Al rato, entre tajada de sandía y taco de queso me percaté de lo entumecidas que tenía las patas.

Al rato después mis patas no respondían.
Transcurrida una hora o algo así, me quedé acurrucada sobre la cubierta de yogurt desnatado. La tiritona había dejado mis alas más tiesas que la piel de aquel melón sin abrir. Todo a mi alrededor era gélidamente inapetente.
En algún momento alguien decidió comer yogurt. Por suerte para mí, también decidió no lamer la tapa del yogurt al que ya todo mi cuerpo se hallaba literalmente pegado.
Horas más tarde el calor de la basura fue devolviéndome la vida.
Dog volvió a por mí. Sobre su lomo dispuse mi nuevo traslado a otra estancia.
Un día más de tantos:
He encontrado un nuevo centro de diversión. Se llama ventilador.
Tantos días después:
Ayer estuve en serios aprietos intentando devolver la movilidad a mi tórax tras ser víctima de un brutal atropello. El ventilador es un arma peligrosa.
Anotación importante: volar siempre a su alrededor, nunca por delante.
Un día después de muchos:
Decidí darme un baño. Busqué un charco de agua sucia pero el suelo seguía impoluto. Había olvidado que esto no es el campo y que aquí no llueve bajo techo. Echando un vistazo a mi alrededor localicé dos recipientes trasparentes con líquido en su interior. Uno era transparente. Sin duda agua demasiado limpia. El otro contenía un líquido ligeramente amarronado y pensé que sería mejor opción.

Demasiado profundo. Error de cálculo. Resbalón y caída inevitable.

Continuará... ... ...

Para los que os perdísteis la 1ª parte, os dejo aquí abajo el enlace. Pinchad sobre la imagen de nuestra amiga... 


Y por cierto, si alguien se anima a ponerle nombre... ¡aún no tiene!


miércoles, 23 de octubre de 2013

Diario de una mosca común - 1ª parte

Hoy quiero compartir con vosotros otro de mis absurdos relatos. Mejor dicho: parte de él. Mi único objetivo: Arrancar una sonrisa en vuestros labios. Mi oscura ambición: que os guste.




Sinceramente, echaba tanto de menos las boñigas de vaca que no me hubiera importado caer de bruces en una y que mis patas quedaran inevitablemente pegadas a aquella masa caliente y maloliente. Recapitulando…
Día 1º:
Nazco
Día 2º:
Algo no funciona. No tengo cabeza pero puedo pensar.
Día 3º:
Encontré mi cabeza. Ha aparecido de la nada. Lo que no sé es dónde estaba mi cerebro pensante antes de tener cabeza.
Día 4º:
No me gusta lo bien que huele por aquí alrededor.
Día 5º:
Odio como huele. Me recuerda a algo que no recuerdo. Me marcho a vivir mi vida a otro sitio.
Día 6º:
Fuera del granero las vacas juegan conmigo al pilla pilla. Su cola no es más rápida que mis alas y jamás lo será. Sin embargo, es gracioso ver lo molestoso que al animal le resulta nuestro simple contacto en su trasero.
Día 7º:
Encerrada. El mundo se mueve mientras mis alas permanecen quietas. Aterrada miro a través de la ventanilla.
Día 8º:
Esto no es el granero. Tampoco hay campo. Ni vacas. Ni boñigas. Aquí todo huele a limpio. Odiosamente admito, soy incapaz de escapar.
Mi octavo día de vida fue el más terrible de todos al percatarme de mi secuestro y posterior traslado a un piso de 60 m2 en pleno corazón de la ciudad, rodeado de vertiginosos edificios.
Día 10º:
Llevo dos malditos días intentando encontrar una vía de escape a este encierro. Las ventanas permanecen cerradas a todas horas. La puerta se abre muy de vez en cuando pero por tan poco espacio de tiempo que ni Speedy González en su versión volátil podría atravesarla sin morir en el intento.
Pros:
En cada habitáculo existe un sol. Y es accesible volando.
Contras:
Lo llaman bombillas y queman.
Pros:
En un rincón de la casa existe basura.
Contras:
Se deshacen de ella diariamente, así que, o te das prisa o pierdes turno en el convite.
Pros:
No tienen matamoscas de los de zasss.
Contras:
Tienen sprays que huelen horriblemente bien pero que me dan sueño. No los soporto. Ayer caí en sueño profundo por tanto tiempo que no llegué a tiempo al banquete basuril.
Día 11º:
El resto de moscas, congéneres civilizadas, son ya domésticas. Pretenden que siga un horario de visitas a los huéspedes. Yo nací libre y pienso seguir volando así.
Día 12º:
Me niego a seguir contando los días.
Otro día:
Hoy he vuelto a sentirme ilusionada. Ha llegado Dog. Es lo más parecido a una vaca que podré encontrar en la casa.

Sus excrementos son exquisitamente parecidos a las boñigas de vaca. En seguida me he sentido un poco más como en casa.



Continuará... ... ... 


sábado, 12 de octubre de 2013

Mi pequeño gran momento

Alguna extraña razón me empuja siempre a meditar sobre aspectos que para otros probablemente pasen desapercibidos e incluso carezcan de importancia. Hoy, alguna de esas extrañas razones me llevó a pensar en los pequeños momentos de nuestra rutina que nos hacen respirar hondo y exhalar un profundo suspiro mientras pensamos:





- No cambiaría este momento por nada.







Llegar a casa y ponerte las zapatillas, una ducha caliente en invierno, echar una cabezadita en el sofá…

Pero voy aún más allá. Existen cosas todavía más pequeñas y que nos causan la placentera sensación de parar el tiempo. Yo, personalmente, disfruto de mi pequeño espacio temporal (lo que podríamos llamar Mi Rincón Imaginado) escribiendo en este blog. Ha sido para mí un emotivo descubrimiento poder escribir acerca de todo aquello que diariamente ronda mi cabeza sin necesidad de pulir cada detalle para hacerlo estéticamente bonito. Sencillamente dejo salir los pensamientos y los transformo en palabras escritas. Pero el placer no radica en escribir, sino en que, mientras lo hago, miro hacia un lado y veo a mi perrita plácidamente dormida en su cama, gimiendo mientras sueña, a buen seguro, con un buen estofado de ternera. El placer posterior de ver mi entrada escrita y con la ilusión de poder ser leída por todos vosotros que hacéis de este blog cada día, un reto para mí. Apagar la pantalla del ordenador y meterme en la cama satisfecha de haber hecho públicos mis absurdos pensamientos (eso que tanto miedo le da a otros) y encender una vela blanca en mi mesita de noche para acabar de meditar sobre lo que hice hoy y sobre lo que mañana he de hacer.

Esa vela encendida, ese halo que la rodea, llenan de calma mis penúltimos instantes del día. Hace olvidar las preocupaciones e invita a descansar.


Por último, cerrar los ojos y ver con la mirada del pensamiento a esa persona especial que todos tenemos en el corazón, llámese padre, madre, hijo o hija, novio, novia, esposo o mujer, amigo o amiga, mascota o compañero. Ellos llenan los últimos minutos de la jornada y nos dejan caer, ahora sí, en los brazos de Morfeo.
Las preocupaciones y las prisas quedan ya atrás. Duermen, como tú. Pero lo que es mejor de todo: cada noche alumbra un día.


¿Me acompañáis mañana a ver amanecer?  



domingo, 6 de octubre de 2013

Pide un deseo a las estrellas...

Luisa sabía que nadie la creería jamás. Sin embargo, aquella noche, una más de tantas antes, alzando su mirada a la oscuridad, volvió a ver otra estrella pasar. Irremediablemente, siempre que aquello pasaba y no porque pasara a menudo dejaba de ser así, su corazón dio un vuelco, haciéndose pequeñito y grande en un par de segundos. Sabía que nunca podía preveer aquel momento y no debía premeditar tampoco qué deseo elegiría para ello. Había probado antes en preparar el deseo perfecto en su mente, memorizándolo durante días hasta llegar a poder formularlo en el justo momento de ver la estrella fugaz... pero nunca funcionaba. 

Los deseos solo acababan cumpliéndose cuando nacían en el momento, cuando salían de forma innata desde lo más profundo de su ser. Solo entonces eran verdaderos deseos y no simples caprichos. 

A sus 35 años seguía formulando deseos a las estrellas fugaces. Jamás dejaría de hacerlo, porque Luisa conocía el poder de los astros, el poder de la intuición, el poder de los deseos.

Cuanto más negra se ponía la noche, más titilaban las estrellas. Decenas de constelaciones hacían corro para presenciar un nuevo deseo lanzado al aire por todas aquellas personas cuyos ojos se iluminaban con algo llamado ilusión.

Una estrella caía y mientras lo hacía... Luisa sonrió.

jueves, 3 de octubre de 2013

Retrato de una buena hija

Era mediodía. El sol, alto ya sobre las nubes, empezaba a calentar. Sin embargo nada parecía calentar los fríos pensamientos de Eva. Ensimismada, su mente oscilaba a través de raros pensamientos que se entremezclaban a un mismo nivel mental y casi se podría decir que temporal, a pesar de saber que así no era, momentos vividos el día anterior con preguntas interiores dirigidas a saber quiénes somos y de dónde venimos. Típico quizás pero ya nada era igual. Al menos no como otras veces. Ni siquiera anoche cuando se metió en su cama, ya nada era igual. Algo, en algún momento de esa rara tarde vivida tan solo unas horas antes, lo había cambiado.


De pronto se detuvo. Miró sus pies que parecían haberse detenido sin una orden previa de su cabeza. Vio la hierba alrededor de sus viejas deportivas. Alzó la vista, paseándola por los árboles que tan lejos parecían esperarla, observó las nubes. Y por un instante llegó a mirar el sol, justo un instante, el que su vista le permitió antes de cegarse. Tenía la mente en blanco. Los viajeros pensamientos que hacía unos minutos no la dejaban apreciar su alrededor habían desaparecido. Ahora se daba cuenta. Estaba sola. No había nadie a su alrededor. No había nada a su alrededor. Nada salvo eso, la hierba, los árboles, las nubes, el sol. No había nada en su cabeza. Incluso el cosquilleo que hace un rato empezaba a parecerle molesto en la nuca, había desaparecido. Ahora había calma. Demasiada. Ella quería pensar. Eva necesitaba pensar. Sentía una necesidad imperiosa de aclarar sus sentimientos. Sentía que debía tomar una decisión, pero no tenía clara cuál. Ni siquiera tenía claro el indicio por el que empezar a pensar hacía dónde dirigirse.

Profundo el pensamiento… nunca sabes hacia dónde te lleva. Puedes estar horas queriendo organizar tus ideas, todas mezcladas aparentemente sin orden ni concierto, para tras desistir, darte cuenta que la idea surge sola. Que el pensamiento es libre, que tiene vida propia tal vez. Que realmente la bombillita que se ilumina de repente, existe.

Eva tuvo el interruptor en apagado demasiado tiempo. Hasta ayer. Incluso le pareció escuchar un pequeño chasquido en su cabeza al encenderse la bombilla. Quizás por eso el cosquilleo en la nuca. Quizás exageraba. Pero algo pasó por su cabeza. Una idea loca, una idea que la hizo coger su coche esta mañana y conducir hasta aquel rincón donde no había nada. Ni nadie. Tan sólo hierba, árboles, nubes y sol. 

Eva no era capaz de recordar. Cualesquiera que fuera esa idea que encendió su bombilla, no estaba allí. Desde luego aquel paraje era idílico, pero no para esta ocasión. Ahora debía volver y reanudar todo lo que quedó pendiente antes de … antes de reencontrarse con su fallecida madre.

Parecía increíble, un recuerdo tan lejano, algo olvidado tal vez. Aquella tarde en la que Eva llegó a casa y se encontró a su hermano llorando. Él, que nunca lloraba. El hombre de hierro. El hombre de humor frío. El hombre distante que nunca acudía a las fiestas de cumpleaños. Aquél que la llamaba una vez al mes para saber cómo le iba. Lloraba. Rato después Eva también lloraba. Las lágrimas frías que corren solo cuando alguien muere. Se diferencian rápido del resto porque no contienen más que recuerdos ya perdidos, irrecuperables y dolorosos. Ya no habría más visitas médicas. Ya no habría más ingresos hospitalarios. Ella no había avisado. Por la mañana la dejó peinándose, siempre coqueta, siempre mostrando su faceta de mujer valerosa, de mujer perfecta. Incluso en su enfermedad. Pero ya no se peinaba. No se peinaría más. Ya no estaba. Y ahora lloraba.

Pero algo se estremeció en las entrañas de Eva ayer. Ver de nuevo su cara. Ver sus ojos hundidos en esa sombra marrón que oscurecía tanto la mirada. Ver de nuevo ese peinado. Su forma de andar, como si nada hubiera cambiado. Las muletas no parecían las mismas pero sí su forma de agarrarlas, tan peculiar, tan suya, tan segura. Segura estaba Eva de haberla visto. Pero su mente, su corazón y sus ojos no se ponían de acuerdo. Era ella. Pero no podía ser ella. Había quedado en ser buena hija. Una buena hija mantiene la costumbre. Una buena hija tiene la habitación preparada para el regreso de una madre. Una buena hija tiene siempre perfecta la cama sin arrugas, para que cuando su madre regrese del hospital pueda encontrarse de nuevo en casa. Y así había pasado Eva los últimos cuatro años. En su casa museo. Esperando ver de nuevo ese peine deslizándose por unos cabellos ya lacios y sin brillo pero llenos de toda la dignidad que dan los años. Eva había mantenido la costumbre. Encendía cada día la lamparita de la mesita color caoba y la dejaba encendida largo rato hasta que en el reloj de la vecina sonaban las once. Eva preparaba la manzanilla cada tarde a las seis y media. Eva seguía comprando aquel jabón en pastilla que tanto le gustaba a ella. Eva la había visto. Era ella. Era ella, no cabía duda.

Si su madre se había ido, por qué seguía ella tantas costumbres absurdas. Sólo podía creérselo cuando tenía que apagar la lamparita ya caliente. Cada noche se le seguía haciendo raro apagar ese interruptor y no oír al hacerlo una voz susurrando buenas noches.

Demasiadas noches haciendo lo mismo. Pero antes la voz era real. Hacía años que ya no. Desde que vio a su hermano aquella tarde.

Y esas nubes que apenas entorpecían hace ni una hora la deslumbrante luz del sol, ahora se tornaban grises. Conducía con su bombilla encendida por encima de su cabeza. Eva lo había comprendido. Le había costado una tarde entera caminando por la avenida detrás de una señora que apenas andaba diez pasos seguidos sin pararse a dejar descansar sus muletas. Le había costado un café en el bar de la otra esquina, el del escaparate abierto, sin quitar el ojo de encima a un banco marrón astillado que quedaba a escasos quince metros. Le había costado cuatro años. Comprender que ella no estaba. Que aquella señora era solo eso, una señora. Que ella no se peinaría más y que no le daría las buenas noches. Cuatro años para entender lo que otro, su hermano sin ir más lejos, hubiera entendido en cuatro días. Pero ella no. Había quedado su mente suspendida en una situación de atemporalidad, donde no pasaba el tiempo, donde los días no transcurrían. Nada había sucedido a su alrededor. Eva lo había impedido. Pero esa bombilla encima de su cabeza la iluminaba. A pesar de los cada vez más negros nubarrones que guiaban su regreso a la casa, la bombilla brillaba con más ímpetu cada minuto. 

Recordó hace dos años, cuando la llamaron los antiguos compañeros de carrera. Eva no estaba. Sí estaba pero no podía estar. Su mente continuaba atrapada. Recordó el año pasado al terminar el verano. Su encuentro con Lucía. Años sin verla y tan poco que contar. Lucía había creado una empresa. No le iba mal. Su marido le ayudaba con el transporte. Porque Lucía se había casado. Ya no vivía en la ciudad. Ahora tenía una casita junto al Valle. Lucía la invitó aquel fin de semana. Eva no podía estar. Su mente seguía vacía.

Recordó tantos momentos no hallados. Recordó tantos momentos olvidados. Tal vez perdidos. Tal vez solo aplazados. Recordó la edad que tenía. La había siquiera olvidado. Eran tantos los vacíos y tan poco los pensamientos atados… porque los pensamientos, algunos, se atan, se cierran, se aclaran por fin, pero únicamente cuando llega el momento, si es que llega.

Ni siquiera había podido contárselo a nadie. Si alguien, a su edad, se proclama vacía por una ausencia, en seguida salen los defensores de la modernidad. Defensores del viva usted la vida y deje atrás los malos recuerdos. Eva no podía reconocer que su mente estaba atrapada en el vacío y su vida en la costumbre. Difunta costumbre, aunque hasta ayer no lo quisiera reconocer. 

Ya nada era igual. Aquella señora era eso, una señora. No era ella. Pero Eva sí era Eva. Lo había sido desde siempre. Nunca dejó de serlo. Tan solo se suspendió por un tiempo. Ahora había vuelto. Ya nunca más se iría. 

Y mientras llovía, el agua limpiaba no solo los parabrisas de su coche. De forma extraña, el agua hoy es limpia. Me limpia los cristales y me limpia la visión. Ya no hablo en pasado. Ya no “era Eva” sino yo. A partir de hoy mi vida comienza. Sin olvidar nada, porque simplemente no quiero. Pero hoy llamaré a mi hermano. Y le diré que no me creo que no llore alguna noche todavía. Le diré que le echo de menos. Llamaré a Lucía. Voy a hacer la maleta. Con calma, eso sí. Pero dentro de unos días, esta lluvia habrá limpiado bien todas las oscuridades y habrá dado paso al sol. El que hace un rato me cegó. El que mañana me guiará hacia un nuevo hoy. Porque cada día sale… o eso dicen. Llevo años sin fijarme. Pero mañana veré amanecer. Necesito verlo para saber que sale, para por fin darme cuenta que cada noche pare un día. Yo soy Eva. Ya no seré más ella. Ahora soy yo. Quizás siempre lo fui. Mañana lo seré con más fuerza. 

Gracias señora. Usted ha sido mi bombilla sin saberlo. Mañana le dedicaré mi amanecer. Gracias vida por esperarme. No te voy a defraudar. Ya no.


miércoles, 2 de octubre de 2013

Sé tú mismo

Fregando los platos tras la cena me he dado cuenta que uno de ellos estaba algo roto. El primer pensamiento que me ha venido a la cabeza ha sido ¿quién no rompió nunca un plato? Aunque no es habitual en mí andar divagando mentalmente acerca de tan laboriosos temas mientras lavo la loza, no pude resistirme a pensar en la procedencia de tal expresión…

Lo más parecido que encontré es lo que os voy a contar hoy. Podríamos relacionar la expresión romper un plato con la tradicional boda griega. Ya sabéis: los recién casados estrellan los platos contra el suelo tras la celebración nupcial mientras todos los invitados jalean a la pareja para que sigan rompiendo más platos. Parece ser un signo de futura abundancia… algo así como decirle al destino eh tú, tengo tanto dinero que me sobran los platos. Algo absurdo viéndolo así, si me perdonáis la osadía. Probablemente en algún lugar del planeta habrá un griego leyendo ésto ahora y pensando lo absurdo de matar un toro de forma sanguinaria en una plaza, previo enorme sufrimiento del animal, pero a ver quién le dice eso al español tradicional…

Otra explicación a lo de romper un plato parece proceder de su asociación con el enojo. Estás enfadado y tiras un plato al suelo pensando que con romperlo descargarás toda tu ira en ello. En antiguas celebraciones, la gente comenzó a romper platos para que los malos espíritus pensaran que se trataba de una celebración violenta y desagradable y así huyeran engañados.

En cualquier caso, poca relación parece tener nuestra expresión no haber roto nunca un plato con esas explicaciones.

Mi madre suele decir que los platos los rompe el que los friega. Obvio ¿no es cierto? Y ahí es donde yo quería llegar. Nadie deja los platos sin fregar por el riesgo a romper alguno. Sin embargo es cada vez más grande el número de personas que ha dejado de arriesgarse a actuar:

¿Te gusta una persona pero no eres capaz de arriesgarte a decírselo por miedo a ser rechazado?

O al contrario, ¿no sabes cómo dejar a esa persona que tienes al lado por miedo a lastimarla si le dices que ya no sientes lo mismo?

¿No te gustó el comentario que él/ella hizo de ti pero prefieres callar por no tener problemas?

¿Tienes miedo a que te encasillen en un estereotipo por regalar flores a una mujer o por ir al cine con un amigo?

¿Qué pasaría si dejara el empleo actual para intentar abrirme camino en otra rama?

Debemos tener claro que la vida es puro riesgo pero no podemos por ello dejar de vivir. Así lo corroboran algunas frases que todos habremos leído: Prefiero arrepentirme de aquello que hice que de aquéllo que debí hacer, Caer está permitido pero levantarse es obligatorio, etc.

Sí amigos, no podemos vivir resignados a no actuar. No se trata de ir por ahí rompiendo relaciones y amistades, pero no podemos dejar de ser nosotros mismos por miedo a ser prejuzgados, por miedo al ridículo, por miedo a ser vulnerables, por miedo a represalias… Si tenemos que romper un plato pues lo rompemos y listo. Algunos incluso necesitaremos una vajilla entera que romper. Pero la vida está llena de platos y no todos se romperán. Menuda comparación ehh…

En resumidas cuentas:

Sé TÚ mismo





martes, 1 de octubre de 2013

I Remember...

Quisiera escribir tan bien como algunos hacen. Quisiera tener la imaginación de un niño pequeño. Quisiera tener la memoria de quien todo recuerda. Quisiera saber todo lo que un sabio da por sentado… más solo sé que no sé nada…

Este fín de semana comentaba con alguien especial sobre un libro: I Remember. No sabía de su existencia y mi ignorancia encontró el agua que calmó su sed.


«Me acuerdo es una obra maestra. Los libros supuestamente más importantes de nuestro tiempo serán olvidados uno tras otro, pero la pequeña y modesta joya de Joe Brainard perdurará. Con frases sencillas y contundentes, traza el mapa del alma humana y altera de forma permanente la manera en que miramos el mundo. Me acuerdo es a la vez increíblemente divertido y profundamente conmovedor. Además, es uno de los pocos libros completamente originales que he leído.» PAUL AUSTER

"Su original forma, basada en una repetición casi de mantra, recoge más de mil evocaciones que empiezan con las palabras «Me acuerdo». Se trata de frases, en su mayoría breves, que activan un resorte en la mente al rescatar imágenes con las que han crecido varias generaciones de todo el mundo. Una entrañable mirada a lo más íntimo de la vida de Brainard y un retrato de la cultura y del imaginario popular del Estados Unidos de los cuarenta y los cincuenta."

He querido copiar esas frases de forma literal para que todos entendamos sobre qué trata I Remember (Me acuerdo). No quería expresarlo con mis palabras.

Es curioso lo selectiva que puede llegar a ser la memoria. Somos capaces de recordar ínfimos detalles de un pasado muy lejano y no acordarnos de lo que comimos ayer. Podríamos describir con exactitud los zapatos de aquel amigo que nos presentaron el viernes pasado y sin embargo no recordaremos su nombre jamás. Asociamos olores con recuerdos. Quedan grabados pequeños fragmentos temporales en las esquinas de nuestra memoria, apoyados en un pedazo de melodía que sonaba de fondo o en el color de las cortinas. Cualquier cosa sirve si después la memoria necesita buscar precedentes. También está comprobado que la misma situación nunca será recordada de igual forma por dos personas distintas. Cada uno guardará recuerdo distinto.



Así que hoy, además de recomendaros ( y recomendarme a mí misma ) la lectura de tan original libro, voy a comenzar una lista absurda que quizás no lleve a nada. Una lista de cosas sinsentido que no deberían existir pero que, sorprendentemente, tienen lugar.


  1. Un helado caliente
  2. Una rosa sin fragancia
  3. Una noche sin luna
  4. Un libro sin palabras
  5. Un cuento sin final
  6. Un arcoiris sin color
  7. Un espejo sin reflejo
  8. Una escalera sin peldaños
  9. Una pluma muy pesada
  10. Un reloj sin agujas
  11. ...


Ahora, cedo la palabra. Os animo a comentar con vuestro sinsentido favorito. Cualquier cosa vale, ya lo sabéis, en este blog cualquier pensamiento (respetuoso siempre) es bienvenido.

Gracias por leerme. Gracias por acompañarme en el camino.