Sus ojos se abrieron de forma súbita, su cuerpo se incorporó a la vez que un largo y espeluznante grito ahogaba el silencio de la mañana. Calló. Llevándose las manos a la cabeza como para aguantársela se dio cuenta que, una vez más, despertaba empapada de sudor.
Se miró los brazos, las manos; se miró los dedos. Destapó sus largas piernas y las observó mientras las volteaba hacia uno y otro lado. Respiró profundamente aliviada: no había rastro de los cardenales. No estaban allí. Su cuerpo, su piel, todo era blancura. Volvió a respirar y, mientras lo hacía, su mano izquierda se deslizó por esa parte vacía de la cama donde hacía algo más de un año... yacía él.
Habían pasado 13 meses exactamente desde la brutal paliza que casi acaba con su vida.
Durante demasiado tiempo, Eulalia había normalizado una situación de total y absoluta sumisión hacia su torturador, un hombre cuya cruel personalidad y cobarde espíritu había decidido arruinar cualquier resquicio de dignidad de una mujer cuyo único sueño era ya... sobrevivir.
Una tras otra, las palabras hirientes de un hombre fracasado habían ido mellando la autoestima de Eulalia hasta llegar a tener una completa convicción de culpabilidad e incluso merecido castigo cada vez que su marido decidía quitarse la correa y propinarle una de las brutales palizas.
Eulalia había llorado. Eulalia había callado. Eulalia había intentado ser fuerte. Lo había casi conseguido hasta que su monstruo despertó aquel día en el espejo. Un monstruo cuyo objetivo exquisito era la venganza.
... Continuará ...
Si no habéis leído el comienzo del relato... el enlace está pinchando sobre la imagen del espejo: