La mayoría de nosotros crecimos rodeados de unos padres que
tomaban decisiones por nosotros: elegían nuestra ropa, nuestra comida, nuestro
colegio y a veces hasta nuestras amistades.
Recuerdo el momento en el que tuve que comenzar a tomar mis
propias decisiones: a finales del Bachillerato toca elegir qué camino académico
tomar. Decidir qué rama educativa te interesa y hacer realidad aquello de “¿tú qué quieres ser de mayor?” Sin
embargo, no siempre estamos preparados para la toma de decisiones y mucho menos
de intuir qué camino será el mejor para nosotros.
La vida es pura decisión.
Elegir amigos: no siempre sabemos elegir, muchas veces nos acomodamos a esos
viejos conocidos a pesar de ser conscientes de que cada vez que quedamos con
ellos llegamos a casa más nerviosos que un gato en una perrera. Elegir pareja,
saber si debes seguir con esa pareja o si te arrepentirás toda la vida por
dejar esa relación, decidir si quieres o no casarte… Decidir un cambio de
residencia. Decidir qué colegio será el mejor para tus hijos. Elegir la ropa
que te pondrás mañana. Elegir entre filete o lenguado. Elegir respuesta A o B
en un cuestionario. Decidir si seguir leyendo ésto o no... Elegir es decidir.
Tomar decisiones nunca fue fácil. Hasta ahí todos de
acuerdo. Unas veces más que otras, también está claro. Sin embargo, ¿no habéis
escuchado nunca aquello de… qué habría
sido de mí si… o si hubiera hecho aquello
en aquel momento…? ¡No solo lo hemos escuchado sino que lo hemos pensado todos!
No hay vuelta atrás. Lo hecho, hecho está. Ahora puedes
enmendar errores (lo que creemos que fueron errores porque siempre guardan la "presunción de inocencia") o seguir arrepintiéndote toda la vida. Pero es
probable que si hubieras hecho aquello
o si hubieras dejado de hacerlo (cada cual que se lo aplique como deba), a buen
seguro no estarías donde estás (y a saber dónde estarías). Tu pasado es lo que
ha hecho de ti lo que eres hoy. Sin todos esos errores, tú no serías la persona
tan estupenda que eres y yo no estaría ahora aquí recordándotelo. Piensa. Nadie
nos asegura que no vayamos en el camino correcto. Tan solo que quizás aún no
hemos llegado donde debíamos. Nos falta recorrer una parte del camino, siempre,
y ahí es donde estamos.
Desde mi mitad del camino he decidido seguir luchando (aún
no sé cómo, también lo digo) pero, como digo siempre, la vida me conducirá.
Sed buenos, amigos.
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