Hoy tan solo dejo un cuento de mi invención. Disfrutad de su lectura.
El Misterio de las Letras Perdidas
Había una vez un pueblo sin letras. Era un pueblo como otro
cualquiera, con sus casitas blancas y sus simpáticos aldeanos, árboles en las
calles, fuentes de agua, buzones de cartas y hasta biblioteca tenían. Pero si
bien las casas cobijaban, los árboles daban sombra, las fuentes saciaban su sed
y los buzones se cargaban de cartas… las bibliotecas estaban tristes.
Hacía ya mucho tiempo que nadie acudía a sus salas para
abrir un libro y disfrutar de su lectura. Así fue cómo los libros comenzaron a
sentirse tristes, muy tristes.
Tal era la tristeza, que lloraban. Sus lágrimas no podían
ser de agua, pues entonces el papel de sus hojas se mojaría de forma
irremediable. Así que lloraban letras. Comenzaron llorando poquito… alguna w
poco usada de la que podían prescindir o quizás una x olvidada. Sin embargo la
tristeza se había apoderado tanto de sus páginas que pronto comenzaron a llorar
cualquier tipo de letra, hasta hacer ilegible la mayor parte de su escritura. Lloraban
mares de frases. Lloraban párrafos enteros. Pero nadie parecía darse cuenta.
Un buen día, cuando ya todos los libros no eran más que
cuadernos en blanco, un hombre flacucho y endeble se presentó en la biblioteca.
La notó abandonada pero, a pesar de todo, caminó hasta las estanterías del
fondo y agarró el primer libro que tuvo al alcance. Su sorpresa fue descomunal.
Pensando primero que se trataba de un libro defectuoso, el buen hombre agarró uno tras otro los libros que
iba eligiendo al azar, para ir comprobando cómo lamentablemente ninguno de
ellos tenía nada ya que leer.
Perplejo, salió de la biblioteca y se dirigió al
Ayuntamiento a pedir explicaciones.
Poco pudieron averiguar. Hicieron un amplio estudio de la
situación y durante algo más de tres días estuvieron examinando uno a uno los
viejos libros que descansaban en aquellas polvorientas y agrietadas estanterías
grises. Era algo inaudito.
Llamaron a entendidos en la materia, filólogos y catedráticos,
escritores y curiosos, todos acudieron al pueblo sin letras. Pero poco pudieron
hacer. Allí no había nada que leer. Hasta los carteles indicativos de las
calles… perdían sus letras.
Un buen día, mientras aún meditaban en lo sucedido sin
entender la razón de todo aquello, alguien oyó la voz de un niño que, a su paso
por la calle trasera, leía en voz alta una carta. Era una carta que un primo
suyo le había enviado preguntándole por el misterio de las letras perdidas. Mientras
las palabras del niño aún salían por su boca, el Alcalde allí presente se
percató de una palabra escrita en el libro que aún sostenía entre sus manos. Algo
había pasado. Las letras habían vuelto.
El Alcalde salió corriendo y, jadeando aún, le rogó al niño
que entrara en la biblioteca y leyera aquella carta en voz alta. Ordenó al
resto de los allí presentes cerrar los libros y volverlos a abrir, esperando
que la magia hiciera el resto.
Efectivamente la magia hizo lo que debía y las letras fueron
regresando no se sabe muy cómo a las páginas abandonadas. Abrían uno y otro y
otro libro y allí estaban todas aquellas lágrimas derramadas, todas aquellas
frases perdidas.
El pueblo entero acudió al lugar durante aquel día. La
biblioteca se llenó de gente que, leyendo con avidez, llenaban el eco de la
sala de un murmullo sin igual. Era el murmullo de la lectura. Era música
celestial para las letras. Era magia.
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